lunes, 14 de enero de 2013

Los castrados o capones

Saludos a todos de nuevo. En esta entrada voy a reproducir un pequeño articulo de un estudiante de Musicología del conservatorio Oscar Esplá de Alicante sobre los castrados o capones. Tiene una actitud divulgativa que sirve para tener un buen contacto con el tema, además de un deje de opinión. He creído correcto reproducirlo aquí con su consentimiento expreso, aunque prefiere quedarse en el anonimato, creo que merece la pena.

Espero que os interese:


Los castrados o capones: Nacimiento, evolución y decadencia


En 1550 una bula papal ordenada por Pablo IV prohibió tajantemente la posibilidad de que ninguna mujer cantase en la iglesia ni formara parte de ningún coro. Esta nueva norma dio origen a la práctica de la castración masculina para reproducir las voces femeninas que faltaban en los coros eclesiásticos. La práctica de la castración con fines musicales, aunque se estipula  que pudo haberse originado en España, se efectuaba solo en territorio italiano destacando Nápoles como principal centro de castración.

Un castrati era un hombre al que en algún momento de su pubertad se le había mutilado, cortando sus conductos deferentes o en su defecto extrayendo los testículos. Al extirpar, o atrofiar, el principal productor de testosterona las cuerdas vocales del niño prepubescente no se ensanchaban, manteniendo su tono, color y tesitura original. Sin embargo, debido a la acción del crecimiento la caja torácica se desarrollaba con normalidad, permitiendo una amplitud sonora y una mayor capacidad interpretativa. En palabras de la época se les denominaba “voz de los ángeles” por producir un tono sutil, brillante, blanco y puro. Era una mixtura que rozaba la perfección: Capacidad sonora del hombre junto con tesitura de mujer, o mejor dicho, de niño.
La educación musical de las mujeres cantantes terminaba durante la pubertad, puesto que la mujer de la época tenía que aprender otras cosas tocantes a la vida matrimonial y social, sin contar con el futuro casamiento. En el caso de los jóvenes castrados, la educación comenzaba en el mismo momento de la castración y no cesaba en ningún momento durante la pubertad y adolescencia. Esta educación intensiva producía intérpretes dotados de gran emotividad, completo conocimiento de la ornamentación, técnica y capacidad de la voz y con una amplia gama de sonidos (Las crónicas nos hablan de grandes castrados como Farinelli o Senesino capaces de cantar a lo largo de tres octavas).

En un principio, los castrados estaban ideados para sustituir a la mujer en las iglesias, pero poco a poco la excelencia y el virtuosismo de sus voces se fueron extendiendo a los teatros de la ópera de toda Italia. Durante el siglo XVII la ópera italiana dominaba la moda europea, y los castrados paulatinamente la empezaban a liderar. Los papeles masculinos protagonistas pasaron a ser interpretados por capones, trasladando a voces secundarias, como personajes de reyes o ancianos, a las voces tenor y bajo. Podemos decir con exactitud que en el año 1680 el primo uomo (Primer hombre) de toda opera que pretendiese estar dentro de la moda y permitirse triunfar en Europa, habría de ser un capón. Poco a poco, los compositores de ópera y oratorios adaptaron sus composiciones a las nuevas voces de los castrati subiendo las tesituras de las voces protagonistas escribiéndolas para papeles originales de castrado-soprano, castrado-mezzosoprano o castrado-contralto. Es ya en el siglo XVIII cuando la moda de los capones invade todas las cortes europeas. Los castrados más famosos hacían grandes giras por todos los teatros de la ópera, cobrando salarios altísimos y exagerados (En Turín, por ejemplo, el castrado protagonista podía ganar el sueldo del primer ministro durante la temporada) y haciendo gala de su virtuosismo vocal. Su fama se extendía a todos los rincones, se llegaron a vender incluso estatuillas o bustos de los castrados más famosos que las damas de la nobleza ponían en sus alcobas a modo de idólatras.

Esta es la época de los grandes capones, tales como Carlo Broschi (Farinelli), Francesco Bernardi (Senesino), Giovanni Carestini, Gaetano Majorano (Cafarelli), Nicolo Grimaldi (Nicolini) entre otros muchos. Cantantes que hacían saltar las lágrimas a todo el público que gritaba entusiasmado ¡E viva il cotellino! (Que viva el cuchillo) al acabar la ópera. Desde luego no todos triunfaban, la gran mayoría sobrevivían cantando y luego dirigiendo coros eclesiásticos.

Las razones que llevaban a una familia a castrar al niño eran principalmente económicas, puesto que se le prometía a la familia del niño un futuro económicamente estable para él. Según la ley italiana, no se podía castrar a un niño sin su consentimiento expreso (Dejo abierta la crítica de la capacidad de elección de un niño de ocho o nueve años). Lo normal solía ser que un niño que destacase en el coro de la iglesia fuese captado por el párroco y propuesto a castrar a sus padres, que decidían si consentían o no la mutilación. Se calcula que durante el siglo XVII y XVIII anualmente se castraban cuatro mil niños en Italia (Aproximadamente dos mil solo en la ciudad de Nápoles).

No debemos olvidar que estamos hablando de una mutilación, que tenía, como todo procedimiento de esta envergadura en la época, muchos riesgos. La castración era llevada a cabo por un barbero, o en el mejor de los casos y en menor medida por un médico. Existían barberías en Nápoles que tenían una terrorífica mortandad del 80%. Si el niño tenía suerte y el practicante era un cirujano cualificado (Entiéndase: Cualificado para la época) la mortandad descendía al 10% aproximadamente, que aunque es una mejora, sigue siendo altísimo para hablar de la mortandad. Así que haciendo números, de los cuatro mil niños que se castraban en Italia, al menos morían una media de 400, y eso pensando en el porcentaje de mortandad más bajo que conocemos. Además los castrados tenían que sufrir durante su vida la persecución moral de la iglesia, que aunque propiciaba su castración, castigaba con la excomunión este tipo de mutilación voluntaria. Además la castración tenía tendencia a producir obesidad, ausencia de vello y rasgos femeninos, aunque esto no parecía importarles a algunas damas de la alta sociedad, que mantuvieron aventuras amorosas con diferentes castrados para colmo de la opinión social (El matrimonio con castrados estaba completamente prohibido) y de sus maridos.

Este era el precio que tenía que pagar  la “voz de los ángeles” o el “tercer sexo” como también se  les denominó en numerosas ocasiones. A finales del siglo XVIII, cuando los ideales de la revolución francesa se extendían por Europa, la afición fue perdiendo poco a poco el gusto por el capón. En 1798 en papa Benedicto XIV autorizó de nuevo la presencia de las mujeres en la Iglesia, y cuando Napoleón tomo Roma en el 1800 prohibió la castración en todo el repertorio italiano. Aun así siguió habiendo castrados en las iglesias hasta el año 1902, en el que el papa Leon XIII prohibió sus actuaciones en las iglesias.

Con esta bula acabó la época de los castrati, quedando olvidados en el mundo del arte. Es cierto que se hizo por razones humanitarias, pero quizá tenga razón François-Joseph Fétis en su libro de 1830 Curiosidades de la historia de la música:

 "Es verdad, es un triunfo de la moral, que la humanidad no esté sometida a una tal vergonzosa mutilación, pero por otro lado, es una calamidad para el arte, de privarse de esas voces sublimes y admirables"

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Un saludo y espero que haya sido de utilidad. Espero (y espera) vuestros comentarios.

Arcangelo Dudevant

2 comentarios:

  1. Interesante, muy interesante. Felicidades al estudiante del Oscar Esplá por este artículo. Soy de la opinión de Fètis, pero, !qué daría yo por escuchar a uno de estos "ángeles"¡

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  2. ¿Para cuando el próximo artículo?. Aguardo expectante.

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