Espero que os interese:
Los castrados o capones: Nacimiento, evolución y decadencia
En 1550
una bula papal ordenada por Pablo IV prohibió tajantemente la posibilidad de
que ninguna mujer cantase en la iglesia ni formara parte de ningún coro. Esta
nueva norma dio origen a la práctica de la castración masculina para reproducir
las voces femeninas que faltaban en los coros eclesiásticos. La práctica de la
castración con fines musicales, aunque se estipula que pudo haberse originado en España, se
efectuaba solo en territorio italiano destacando Nápoles como principal centro de
castración.
Un castrati era un hombre al que en algún
momento de su pubertad se le había mutilado, cortando sus conductos deferentes
o en su defecto extrayendo los testículos. Al extirpar, o atrofiar, el
principal productor de testosterona las cuerdas vocales del niño prepubescente
no se ensanchaban, manteniendo su tono, color y tesitura original. Sin embargo,
debido a la acción del crecimiento la caja torácica se desarrollaba con
normalidad, permitiendo una amplitud sonora y una mayor capacidad
interpretativa. En palabras de la época se les denominaba “voz de los ángeles”
por producir un tono sutil, brillante, blanco y puro. Era una mixtura que
rozaba la perfección: Capacidad sonora del hombre junto con tesitura de mujer, o
mejor dicho, de niño.
La
educación musical de las mujeres cantantes terminaba durante la pubertad,
puesto que la mujer de la época tenía que aprender otras cosas tocantes a la
vida matrimonial y social, sin contar con el futuro casamiento. En el caso de
los jóvenes castrados, la educación comenzaba en el mismo momento de la
castración y no cesaba en ningún momento durante la pubertad y adolescencia.
Esta educación intensiva producía intérpretes dotados de gran emotividad,
completo conocimiento de la ornamentación, técnica y capacidad de la voz y con
una amplia gama de sonidos (Las crónicas nos hablan de grandes castrados como Farinelli
o Senesino capaces de cantar a lo largo de tres octavas).
En un principio,
los castrados estaban ideados para sustituir a la mujer en las iglesias, pero
poco a poco la excelencia y el virtuosismo de sus voces se fueron extendiendo a
los teatros de la ópera de toda Italia. Durante el siglo XVII la ópera italiana
dominaba la moda europea, y los castrados paulatinamente la empezaban a
liderar. Los papeles masculinos protagonistas pasaron a ser interpretados por
capones, trasladando a voces secundarias, como personajes de reyes o ancianos,
a las voces tenor y bajo. Podemos decir con exactitud que en el año 1680 el primo uomo (Primer hombre) de toda opera
que pretendiese estar dentro de la moda y permitirse triunfar en Europa, habría
de ser un capón. Poco a poco, los compositores de ópera y oratorios adaptaron
sus composiciones a las nuevas voces de los castrati
subiendo las tesituras de las voces protagonistas escribiéndolas para
papeles originales de castrado-soprano, castrado-mezzosoprano o castrado-contralto.
Es ya en el siglo XVIII cuando la moda de los capones invade todas las cortes
europeas. Los castrados más famosos hacían grandes giras por todos los teatros
de la ópera, cobrando salarios altísimos y exagerados (En Turín, por ejemplo,
el castrado protagonista podía ganar el sueldo del primer ministro durante la
temporada) y haciendo gala de su virtuosismo vocal. Su fama se extendía a todos
los rincones, se llegaron a vender incluso estatuillas o bustos de los
castrados más famosos que las damas de la nobleza ponían en sus alcobas a modo
de idólatras.
Esta es
la época de los grandes capones, tales como Carlo Broschi (Farinelli), Francesco
Bernardi (Senesino), Giovanni Carestini, Gaetano Majorano (Cafarelli), Nicolo
Grimaldi (Nicolini) entre otros muchos. Cantantes que hacían saltar las
lágrimas a todo el público que gritaba entusiasmado ¡E viva il cotellino!
(Que viva el cuchillo) al acabar la ópera. Desde luego no todos triunfaban, la gran mayoría sobrevivían
cantando y luego dirigiendo coros eclesiásticos.
Las
razones que llevaban a una familia a castrar al niño eran principalmente
económicas, puesto que se le prometía a la familia del niño un futuro económicamente
estable para él. Según la ley italiana, no se podía castrar a un niño sin su
consentimiento expreso (Dejo abierta la crítica de la capacidad de elección de
un niño de ocho o nueve años). Lo normal solía ser que un niño que destacase en
el coro de la iglesia fuese captado por el párroco y propuesto a castrar a sus
padres, que decidían si consentían o no la mutilación. Se calcula que durante
el siglo XVII y XVIII anualmente se castraban cuatro mil niños en Italia
(Aproximadamente dos mil solo en la ciudad de Nápoles).
No
debemos olvidar que estamos hablando de una mutilación, que tenía, como todo
procedimiento de esta envergadura en la época, muchos riesgos. La castración
era llevada a cabo por un barbero, o en el mejor de los casos y en menor medida
por un médico. Existían barberías en Nápoles que tenían una terrorífica mortandad
del 80%. Si el niño tenía suerte y el practicante era un cirujano cualificado
(Entiéndase: Cualificado para la época) la mortandad descendía al 10%
aproximadamente, que aunque es una mejora, sigue siendo altísimo para hablar de
la mortandad. Así que haciendo números, de los cuatro mil niños que se
castraban en Italia, al menos morían una media de 400, y eso pensando en el
porcentaje de mortandad más bajo que conocemos. Además los castrados tenían que
sufrir durante su vida la persecución moral de la iglesia, que aunque
propiciaba su castración, castigaba con la excomunión este tipo de mutilación
voluntaria. Además la castración tenía tendencia a producir obesidad, ausencia
de vello y rasgos femeninos, aunque esto no parecía importarles a algunas damas
de la alta sociedad, que mantuvieron aventuras amorosas con diferentes
castrados para colmo de la opinión social (El matrimonio con castrados estaba
completamente prohibido) y de sus maridos.
Este
era el precio que tenía que pagar la “voz
de los ángeles” o el “tercer sexo” como también se les denominó en numerosas ocasiones. A
finales del siglo XVIII, cuando los ideales de la revolución francesa se
extendían por Europa, la afición fue perdiendo poco a poco el gusto por el
capón. En 1798 en papa Benedicto XIV autorizó de nuevo la presencia de las
mujeres en la Iglesia, y cuando Napoleón tomo Roma en el 1800 prohibió la
castración en todo el repertorio italiano. Aun así siguió habiendo castrados en
las iglesias hasta el año 1902, en el que el papa Leon XIII prohibió sus actuaciones
en las iglesias.
Con
esta bula acabó la época de los castrati,
quedando olvidados en el mundo del arte. Es cierto que se hizo por razones
humanitarias, pero quizá tenga razón François-Joseph Fétis en su
libro de 1830 Curiosidades de la historia
de la música:
"Es
verdad, es un triunfo de la moral, que la humanidad no esté sometida a una tal
vergonzosa mutilación, pero por otro lado, es una calamidad para el arte, de
privarse de esas voces sublimes y admirables"
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Un saludo y espero que haya sido de utilidad. Espero (y espera) vuestros comentarios.
Arcangelo Dudevant
Interesante, muy interesante. Felicidades al estudiante del Oscar Esplá por este artículo. Soy de la opinión de Fètis, pero, !qué daría yo por escuchar a uno de estos "ángeles"¡
ResponderEliminar¿Para cuando el próximo artículo?. Aguardo expectante.
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